¿Los abuelos son buenos educadores o, por el contrario, transmiten al niño prohibiciones, fantasías y tradiciones que ya no son compatibles con la mentalidad de hoy día?.
El problema “abuelos” es muy complejo y no puede resolverse sólo desde un punto de vista puramente utilitario (abuelos que cuidan del niño mientras los padres están en el trabajo), sino que deben considerarse sus muchas implicaciones de orden psicológico, cultural y social.
Los abuelos, hoy
Los abuelos de hoy son extraordinariamente distintos a los de las pasadas generaciones: su aspecto, generalmente “juvenil”, su buena salud física y su capacidad de superar los esfuerzos que representan tener que seguir a un niño, son aspectos que se repiten con frecuencia; por ello pueden situarse dentro del mundo afectivo padres-hijos con la probabilidad de aportar al niño un ambiente que le proporcione los mismos beneficios que el medio familiar.
Los abuelos tienen también la posibilidad de permitir a los nietos que les “transfieran” las relaciones afectivas que sienten por sus padres, sin traumatizarlos, ya que desde el punto de vista psicológico representan la continuidad del ambiente familiar. El nieto encuentra en el abuelo la imagen “segura”, el personaje que tiene sus raíces en un tiempo ya lejano y, por tanto, maravilloso; por su parte, los abuelos encuentran en el nieto una nueva garantía de vida, la seguridad de sentirse todavía útiles en una situación completamente distinta.
La relación con los abuelos debe valorarse de manera muy positiva: el niño, a través de los abuelos, puede reforzar su capacidad de afrontar la realidad; además la relación constituye también una válvula de escape importante: el niño puede “representar” ante ellos los problemas afectivos que sufre en sus relaciones con los padres.
Finalmente, cuando no existan situaciones conflictivas entre padres y abuelos, se puede considerar que la imagen de estos últimos ejerce siempre un papel muy positivo en el desarrollo psicoafectivo del niño, sobre todo en los primeros meses de vida. Los abuelos constituyen psicológicamente un “puente” perfecto entre el ambiente familiar y el mundo exterior. El niño, a través de los abuelos y, por lo tanto, de una forma que cabalga entre lo fantástico y lo real, va aprendiendo a ser independiente, a considerar a los padres con una mayor distancia afectiva, con mayor objetividad.